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No son nada, ni en nada se parecen a mi rosa. Nadie las ha domesticado ni ustedes han domesticado a nadie. Son como el zorro era antes, que en nada se diferenciaba de otros cien mil zorros. Pero yo le hice mi amigo y ahora es único en el mundo.

Antoine de Saint Exupery, El principito.

Por definición la Unidad en el Mundo es Inconcebible. Por supuesto lo que entiendo por Mundo es, aludiendo una de las definiciones más ingeniosas que he escuchado en boca de algún filósofo, el Entorno Esférico Empírico en el que la conciencia se encuentra proyectada y se proyecta a sí misma en lo que concibe de él, donde desarrolla sus actividades y establece sus relaciones personales, amistosas, amorosas, religiosas si se quiere, etcétera. No profundizaré al respecto de esta definición. Aceptémosla por el momento como base de nuestras próximas disertaciones.  Lo que nos concierne será la unidad y su imposibilidad conceptual.

Podemos hablar de Uno, de la misma manera en la que tomamos un utensilio y decimos: -Éste es un lápiz, o una goma, o una silla- No obstante consideramos que este lápiz, o esta goma, o esta silla, se parecen al lápiz, goma o silla que en un tiempo y espacio determinado yo tuve cuando visité la escuela primaria, o cuando redactaba éste ensayo en la terminal. Cada objeto es diferente, pero al mismo tiempo es Uno porque soy capaz de concebir ese objeto, no como idéntico sino como singular, injerto en una generalidad que le brinda Unidad conceptual.

Por eso podemos hablar de un concepto general de lápiz, goma o silla. Hemos abstraído del objeto singular una cualidad constante que hace de ese objeto lo que, tanto particular como generalmente, ese objeto es.

Yo soy yo, por ejemplo, y ninguna particularidad podría hacer de algún otro, que no sea Yo, un ente idéntico a mí. Yo sólo puedo ser idéntico a mí mismo, lo que me deja en una fuerte interrogante ¿Es que a caso no soy  yo un ente único en el mundo? ¿No iría esto en contra de lo que se dijo al principio? (a saber que por definición la unidad en el mundo es inconcebible). Pues me atrevería a decir que no. Yo soy un ente, único en el mundo, pero al mismo tiempo Yo no me puedo concebir si no es en relación a algún Otro que se oponga a lo que Yo soy. Si yo fuera la encarnación de la Unidad en el mundo ¿Quién sería capaz de concebir esa unidad? Por supuesto no sería Yo, puesto que, por definición, hemos establecido que el acto de “concebir” se da a partir de los rasgos que hacen comunes a una singularidad dentro de una generalidad.

El filósofo, en su infinita sabiduría metafísica, llamaba a esto el «Eidos» de las cosas, aquella substancia que es « la causa de su ser» o más concretamente «Las partes que están presentes en tales cosas, delimitándolas y marcando su individualidad, y cuya destrucción implica la destrucción del conjunto […] De la esencia, cuyo enunciado es una definición» (Aristóteles, BK 1017b [15-20]). Cada cosa posee un Eidos que le hace común y por tanto concebible a la consciencia del adulto, sano  e inteligente.

La unidad es inconcebible precisamente porque se da en una experiencia única de sí, sólo en relación a sí mismo. Dicha experiencia no se vuelve a repetir en ningún otro. E inclusive si me viera reflejado en una superficie pulcramente pulida, ese reflejo ya no sería yo, sino la triste figura que proyecto para ser reconocido entre mis semejantes que -cabe mencionar- se parecen a mí, pero no son, bajo ninguna circunstancia, Yo.

Algo parecido debió ser la soledad de los «adultos» que describe Exupéry al principio de su novela: El principito.

« Cuando me he encontrado con alguien que me parecía un poco lúcido, lo he sometido a la experiencia de mi dibujo número 1 que he conservado siempre. Quería saber si verdaderamente era un ser comprensivo. E invariablemente me contestaban siempre: «Es un sombrero». Me abstenía de hablarles de la serpiente boa, de la selva virgen y de las estrellas. Poniéndome a su altura, les hablaba del bridge, del golf, de política y de corbatas. Y mi interlocutor se quedaba muy contento de conocer a un hombre tan razonable.»