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Por segunda vez he escuchado el primer capítulo del ‘Foratero Misterioso’ consagrado al culto a los asesinos seriales. Con este programa, su titular, Alejandro Hosne, debuta en la plataforma Convoy. El género cinematográfico de asesinos seriales ha sido muy explotado masivamente en las últimas décadas, hasta incursionar en televisión y servicios de streaming como Netflix. El programa continúa en una segunda entrega, pero esta vez dedicada a la obra literaria de Jim Thompson.

Me ha llamado la atención la breve reseña que le dedica a una de las series originales de Netflix Mindhunters, plataforma que ha ido ganando terreno en todos los géneros. La serie se inspira levemente en la biografía de los agentes del FBI John E. Douglas  y Robert Kenneth Ressler, así como la Dra. Ann Wolbert Burgess, pioneros en la clasificación de perfiles  psicológicos de criminales peligrosos durante la última mitad de los años 70’s. Mindhunter es una serie de televisión estadounidense que fue estrenada el 13 de octubre de 2017 por Netflix.​ Está basada en el libro Mind Hunter: Inside FBI’s Elite Serial Crime Unit de Mark Olshaker y John E. Douglas. En noviembre de 2017, Netflix anunció la renovación para una segunda temporada.

Dirigida por David Fincher, Asif Kapadia, Tobias Lindholm y Andrew Douglas,​ la serie está ambientada en 1977 y se centra en dos agentes del FBI —interpretados por Jonathan Groff y Holt McCallany—, quienes entrevistan a asesinos en serie en prisión para intentar resolver casos en curso.

Mindhunter, abreva directamente del género establecido por Thomas Harris, escritor estadounidense célebre por ser el autor de la serie de novelas de suspense cuyo protagonista es el psiquiatra caníbal Hannibal Lecter, adaptadas al cine en cinco películas y una serie de televisión.

Hosne, en su programa, no deja de señalar esta constante, misma que establece un precedente casi paradigmático en el género: un investigador novato que solicita el asesoramiento de un consagrado asesino en serie para la búsqueda y captura de un asesino errático, pero no por ello menos peligroso. Si se busca algo diferente, Mindhunter no tiene mucho que ofrecer, todo se encuentra comprendido al culto enfermizo que la cultura americana le consagra al asesino serial desde Charles Manson hasta la actualidad. Pero si se aprecia el género, y no se toma en cuenta este constante cliché como algo decisivo, sin duda alguna se puede comentar un par de cosillas que se le han escapado al buen Hosne del tema.

El argumento de la serie es simple “A fines de los años 1970, dos agentes del FBI se reúnen con asesinos y violadores encarcelados para desarrollar perfiles psicológicos de criminales, pero sus jefes temen que se están involucrando demasiado con sus entrevistados”. A partir de allí, parecería obvio sugerir, que por cada capítulo aparece un personaje con una determinada conducta perturbada que contribuye a establecer el desarrollo de los dichosos perfiles. El primer capítulo presenta y establece la dinámica de los personajes principales Holden Ford, un egente novato del FBI, forma una alianza inesperada con el agente veterano Bill Trench y comienza a estudiar un nuevo tipo de asesinato. Ambos, primero Holden y luego se le une Trench, entrevistan al siniestro y elocuente asesino Ed Kemper en sus ratos libres, pero su investigación provoca una reacción negativa del FBI. De ese modo es como las intuiciones teóricas de Ford, rinden frutos el ejercer su primer arresto, lo que permite a Tench incorporar a la Dra. Wendy Carr al equipo con quien comienzan a tener una relación muy productiva en la clasificación de perfiles. Los capítulos 5 y 6 se podrían decir que son de relleno, aunque resultan bastante importantes para el desarrollo de los personajes.

Lo más interesante, a mi parecer lo resguardan los capítulos 7 y 10, con el que cierran la primer temporada, con una intrigante evaluación de asuntos internos, quienes sospechan cierta conducta impropia de parte del agente Ford en campo; quien se reusa a establecer metodología protocolaria y prefiere improvisar sobre la marcha, considerando que el perfil de los agresores psicópatas no puede encajar en el carácter protocolario que se le exige. Del mismo modo, la doctora se topa con pared al ser víctima de la frustrante relación burocrática y extremadamente pragmática del Estado.

Me parece que la constante que impulsa la serie es este conflicto entre lo que llamaré ‘Caracter especulativo’ contra el ‘Carácter Pragmático’. El capítulo 7 por ejemplo, Tench y Ford viajan a la penitenciaría del Estado de Oregon, en Salem, para entrevistar a Jerry Brudos uno de los perfiles más complejos de categorizar. Brudos admite padecer de un fetiche por los pies, lo que orilla a Ford a comprar un par de zapatillas de talla larga para sobornarlo y obtener un buen testimonio durante la entrevista. En el inter, Carr comienza a alimentar un gato que misteriosamente desaparece en una especie de alegoría que no alcanzo a comprender.

La saturación de trabajo y la acentuada empatía que Ford tiene con los asesinos seriales comienza a cobrarle factura en su relación personal lo que le vuelve paranoico ante toda imagen sospechosa de comportamiento inusual. Esto mismo pasa con Trench, cuando la niñera descubre una serie de fotografías de un caso extremadamente sangriento entre las cosas de su hijo. La niñera se asuta y renuncia a volver a trabajar para él.

El último capítulo envuelve a los agentes en una intrincada investigación de asuntos internos, provocada por la intromisión de un nuevo empleado que desafía la autoridad de sus superiores al proporcionar evidencia incriminatoria en un caso de encubrimiento. Mientras tanto, el personaje que comenzó toda estas inquisicioones, Ed Kemper, el asesino de colegialas, vuelve al ruedo al intentar suicidarse para llamar la atención del agente Ford; quien ya ha adquirido bastante experiencia como pionero en el desarrollo tecnicas de identificación de perfiles criminales.

De ese modo, al emplear las técnicas desarrolladas por el equipo, Ford contribuye en gran medida en la captura de un asesino, que rápidamente es condenado a muerte por el Estado de Georgia. Sabiendo esto, el conflicto es patente, si el asesino es ejecutado corre el riesgo que otros asesinos ya no coperen con la investigación de carácter especulativo, sabiendo que su coperación lo llevaría seguramente a enfrentar la pena máxima. MIentra tanto un personaje misterioso, simplemente conocido como el empleado de ADT, entra a primer plano quemando una serie de dibujos con un marcado carácter sádico. Supongo que sabremos más de él en la segunda temporada, una vez que Ford supere su colapso nervioso, y Carr aprenda a lidiar con la burocracia local.

Hasta allí concluye la serie con la promesa de volver para una segunda temporada, que enfrente a nuestros personaje a los conflictos propiciados por una serie de descuidos que vulneran una investigación especulativa que poco a poco va rindiendo frutos pero que al mismo tiempo tiene que considerar el pragmatismo de las instituciones públicas y la opinión mediática que todavía no ha cobrado una presencia relevante en la trama, pero de la que podría estar seguro cobrará pronto.

Personalmente, simpatizo con los personajes por que pienso que me he visto en una situación similar, de mucha menor envergadura claro está, pero que presenta los mismos conflictos psicológicos.

Las redes sociales se han vuelto una herramiente muy útil a la hora de establecer contactos personales y laborales, pero al mismo timpo nos hemos tenido que enfrentar a contactos que aprovechan las relativas condicones de anonimato permitidas para ejercer una clase de presión tóxica que raya en el acoso y que fácilmente pueden trepar y transformarse en una amenaza para la vida de nuestros seres queridos, por no decir de uno mismo. Las herramientas que proporcionan redes coo Facebook o Twitter no parecer suficientes para denunciar el comportamiento impropio de esas personas, es por eso que no es extraño ver grupos de usuarios que comparten contenido violento y en más de una ocasión ilegal, con el afán de ‘entretener’ a otros usuarios que se regodean ofreciendo comentarios ridículos u obscenos relacionados al contenido multimedia.

Lo más aconsejable, si no se quiere vivir perturbado, es huir de esa clase de grupos. Pero hasta qué punto la evasión más bien contribuye a generar una  ‘burbuja epistémica’ que englobe sólo las cosas que nos complacen, y en vez de denunciar más bien contribuya a que esa clase de grupos proliferen. No existe garantía alguna que esa clase de contenido llegue a los perfiles de las personas con menor criterio, como es el caso de los llamados ‘niños rata’ que existen por internet y de los cuales frecuentemente termina uno enfrascándose en discusiones sin dirección.

La denuncia, es la mejor política, desde mi juicio. Pero es bien sabido que la más mínima muestra de indignación por parte de los usuarios tiene como consecuencia el ostracismo, impidiendo cumplir el objetivo de detener esta clase de actos y su distribución digital.

En ese sentido es cuando pienso se puede tener cierta tolerancia a la maldad, para aprovechar también el menor descuido de esa clase de usuarios y combatirlos públicamente, que para eso también sirven las redes. Pero la paradoja se vuelve patente: ¿Hasta qué punto la tolerancia a la maldad y la distribución de sus registros no te convierte a ti en un cómplice de esa clase de actos? Es decir ¿Hasta que punto la lucha con monstruos no te vuelve un monstruo a ti tambien?. Pues como decía Nietzsche “si mucho miras a un abismo, el abismo concluirá por mirar dentro de ti.” Eso mismo pasa con nuestro protagonista principal, y me parece sumanete relevante, pues entre el cliché del género, esta serie contribuye en acentuar esta paradoja y estoy seguro que continuará haciéndolo con éxito.