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Le debo a Oswaldo Zavala una de las definiciones más breves, pero no por ello menos certeras, para la palabra “narcotráfico”: empresa paraestatal clandestina. Quizá sólo le faltaría el carácter “trasnacional” si ello no implicara una contradicción o como mínimo una paradoja que se deba explicar con vehemencia y preferiblemente con la misma brevedad. ¿Cómo puede ser trasnacional y al mismo tiempo paraestatal? Pues todo dependerá de lo que entendamos por “Estado”, algo que por supuesto se aleja mucho de los que una vez fueron los modernos Estados-Nación de principios del siglo XIX.

Pero no me malentiendan, no quiero encajarme al señalar aparentes contradicciones en la obra de Zavala, cuando no las hay. Personalmente, encontré su lectura bastante revitalizante en lo referente a las interpretaciones que le hemos dado a este fenómeno. México no es el mismo desde que su principal empleado ejecutivo tomó la desición unilateral de declararle la guerra a una entelequía llamada“narco”. Y así, como borracho peleándose con su propia sombra, terminó con un saldo mortal variable, cuya cifra más conservadora –la del Sistema Nacional de Información–  es de 64 mil 786 muertes. (Fuente: Semanario Zeta). Una cifra que contrasta con los 121 mil 683 registrados por el INEGI; cifra adoptada por Zavala uniformemente en todos sus ensayos.

Quizá este es uno de mis principales problemas: la uniformidad de la cifra, algo que mantuvo mis defensas en alto. Es importante reconocerlo, Zavala te contagia ese ímpetu crítico que, en mi persona, contribuyó a incrementar mi sospecha respecto a los discursos relacionados al tema, incluyendo el propio libro. El autor no se cansa en repetir que la neutralización política de la idea del narco se debe a la adopción del discurso oficial por parte de los medios de comunicación. Siendo así ¿Cómo es posible que la cifra mortal del sexenio de Calderón adoptada por Zavala sea una cifra “oficial”? A pesar de que esta misma cifra se contradice con la del SNI en poco menos del doble de víctimas, ¿No sería válido argumentar la autonomía del INEGI, a pesar de que ésta sea técnica y de gestión, con no pocos problemas jurídicos? (Fuente: UAM-A). No creo que sea algo de lo que debamos preocuparnos, la cifra es parte de un engranaje más complejo que se debe revisar a fondo.

Estamos en tiempos de debates electorales. De hecho, el día de ayer fue el último debate de los tres programados antes de las alecciones. Me preocupa que el candidato con más probabilidades de ganar la contienda, realmente no tenga mucha idea de los peligros que representa el narco. Quizá por eso sea uno de los temas más evadidos durante los tres deabates. Yo siempre he dicho que México se divide en “pre-Calderón” y post-Calderón”, debido a los índices de violencia desatados.

Una de las principales constantes que he observado en esta contienda electoral es que todos los candidatos sin excepción viven en una especie de burbuja de privilejios, muy característica de la clase poítica dominante en México. El Bronco, por mencionar al menos importante, vive en una fantasía medieval  de agravio y revancha. Mead, vive confiado en el voto duro del PRI cuando precisamente el llamado “voto duro” –el de los grandes sindicatos y organizaciones comunales articuladas por más de treita años– han sido los más golpeados de los últimos sexenios. Ni que decir de Anaya, posiblemente el más acaudalado de los cuatro candidatos que permenecen al frente de la contienda, señalado por cargos fuertes de desvío de recursos y lavado de dinero.

Mi problema es con López Obrador. No desconfío de sus buenas intenciones, desconfío de su capacidad para gestionar un país en bancarrota, enajenado en una contienda con fecha de caducidad y cuyo poder carismático resulta insostenible, al empeñarse en nutrir sus filas con políticos resagados. Pero es que, pensándolo bien, el propio AMLO está un poco resagado en su capacidad gestora. Su experiencia política se remonta a tiempos anteriores a la “guerra contra el narco”. Poniéndolo en perspectiva, a Obrador le tocó gestionar una capital acorazada e impermeable al fenómeno del narco y sus cárteles de la droga (quizá un poco de narcomenudeo por aquí, un capo muerto o capturado por acá). Sólo hasta nuestros días se ha podido escurrir algo que quisiera llamarse “cártel de Tláhuac”. Pero el propio aparato criminalístico que surte a Ciudad Universitaria de droga palidece al compararse con el Cártel de Sinaloa, en tiempos de Chapo al frente de «la plaza» .

¿Pero qué es un “cartel”? Poco habremos de averiguar sobre su significado si lo buscamos en el diccionario. En el México de hoy en día, un cartel se concibe como una organización criminal que produce, controla y trafica con estupefacientes, materias primas para la producción de una diversidad de drogas, además del contrabando de armas y personas. Se presume que cada cártel es dueño de una “plaza”, cuyo territorio defiende a capa y espada; territorio sobre el cual se han producido los frecuentes enfrentamientos entre los supuestos cárteles, y en donde acaecen numerosas muertes de civiles durante el presunto “fuego cruzado”.

Creo que Oswaldo Zavala aporta mucho a la discusión al revertir estas definiciones y colocar al Estado y al Ejército Mexicano en el centro de la discusión, después de años de permanecer ajenos a las coyunturas políticas que exigen culpables concretos durante las violaciones a los Derechos Humanos acontecidas durante el sexeno de Calderón. En su libro se presentan como dos baluartes centrales, pero cuyos intereses permanecen velados en el impulso a la violencia y las políticas securitarias, adoptadas como respuesta al avance comunista durante la Guerra Fría; y que prevalecen hasta hoy en día, transfigurados en un “enemigo común” ideado ante la necesidad de una “cabeza de turco” que absorba las culpas de sus actos violentos, en vez de asumirse como un monopolio de la violencia en sí.

¿Pero quién es el Estado? Esa es la pregunta que subyace al libro. En algunas ocasiones se refiere a Estados Unidos durante la Operación Cóndor, en otras ocasiones se refiere al CISEN durante la guerra sucia acontecida en México durante los setentas, pero en otras pareciera ser una entidad aparentemente etérea, meramente conceptual, simplemente como una especie de fuerza hegemónica, sin la cual sería imposible explicarse el avance del sistema económico neoliberal. Y es que no es lo mismo decir que dicho sistema está acabando con el tejido social de Ciudad Juárez, que decir “Fulano” o “Sutano” acabaron con el mercado local del maíz al permitir la introducción del mercado estadounidense, orillando a los campesinos a la más que redituable siembra de amapola.

Zavala es un académico, pero también es un reportero de campo. Su experiencia la cobra en las ciudades limítrofes a la frontera entre México y Estados Unidos, durante las peores fechas del sexenio calderonista. Su obra sólo se explica a través de una portentosa crítica a los medios de comunicación y al ejercicio del poder bajo todos sus avatares. Por ello, no sería extraño considerar que, para Oswaldo Zavala en consonancia al politólogo Carl Schmitt, el narco no sea más que una máscara que esconde el ejercicio de la violencia en un estado de excepción, y que constituye su principal privilegio. El Estado está en todos lados, inclusive detrás de su peor careta, la más irrisoria, la paródica, la que se captura al inicio del libro -que pueden disfrutar en el siguiente link:

https://issuu.com/pajaropolitico/docs/los_ca_rteles_no_existen_cap1__1_

Finalmente, espero que las futuras gestiones políticas, que encabezan el proyecto de nación que todos vivimos, tomen en cuenta las palabras de Oswaldo Zavala y reflexionen respecto a lo que tienen en sus manos. Es difícil acabar con un fenómeno tan complejo, pero no por ello su abordaje debe ser menos complejo. Zavala lo simplifica a un nivel excepcional sin dejar de ser un reto para sus lectores más entendidos, animo a leerlo a cualquiera que tenga interés en el tema  para que pueda sacar sus propias conclusiones respecto al futuro que proyectan nuestros candidatos en esta contienda electoral.