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Guardas por años –en un rincón de la mente– todas esas cosas que ya no calzan y un simple chispazo las ilumina. Las observas de reojo y todo se viene de golpe. Los sentimientos de ridícula inmadurez, cuando optaste por una profesión sin futuro, en un mundo desangelado, pero que saca lo mejor de ti. Sigue leyendo